La idea de examen directo es y parece sencilla, pero se enfrenta a dos tipos de prácticas que debemos superar a la hora de mejorar las herramientas para litigar. La primera, consiste en la creencia de que el testigo debe ser “arrojado” al juicio para que exprese con “libertad” todo lo que sabe. Lo que subyace a esta práctica es la idea-prejuicio de que la actividad de las partes es siempre y en todo caso una actividad distorsiva del testimonio. Este libro, como toda esta colección, se funda en una idea contraria: no puede existir verdadera imparcialidad por fuera de un litigio bien estructurado y la primera responsabilidad de la imparcialidad es respetar y hacer respetar esas reglas del litigio que conocemos como juicio imparcial. El arte del examen directo consiste en que el testigo testimonie bien, que se oriente hacia lo pertinente, que realce lo que realmente sabe y que no se pierda en los laberintos propios de un juicio sin litigio. Lograr que la verdad del testigo aparezca es una técnica que este libro busca enseñar.